6.6.20

Adelaida García Morales. El silencio de las sirenas

Elsa se despidió de mí con una breve carta: "María, te dejo estos regalos, consérvalos si quieres. Volveremos a encontrarnos? Un beso." Y se olvidó de firmar.
Sobre una mesita de madera, cubierta con un paño de terciopelo ocre, había ordenado diferentes objetos: una postal que reproducía un cuadro de Paolo Ucello: san Jorge y el dragón; una flor seca y azul que, según decía, se llamaba "Love in a mist"; una vieja caja china conteniendo una fotografía suya y la copia de todas las cartas que había enviado a Agustín Valdés; una carta que había recibido de él, un retrato de Goethe contemplando la silueta recortada de un rostro de mujer; una sortija de platino con incrustaciones de diamantes; un libro: Las afinidades electivas; la reproducción de una litografía de Goya, en la que se ve a un hombre inclinándose sobre una mujer que oculta su rostro con un antifaz. Al pie hay unas palabras: "Nadie se conoce". También me dejó un cuaderno, el suyo, en el que había ido escribiendo su amor, dirigido a Agustín Valdés. Y, finalmente, había una carta para Agustín y que aún no había cerrado.


Principio de "El silencio de las sirenas"
    

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