Aún no se había puesto el sol tras el Tajo Gallego, hacía frío, pero ella seguía allí, con un libro entre sus manos, leyendo y releyendo un fragmento que, según me dijo, se le acababa de aparecer. Pues lo que más le había impresionado de aquel mensaje que le llegara desde las páginas de La fugitiva de M. Proust, fue precisamente su manera de encontrarlo. Si lo hubiera descubierto en el transcurso de una lectura normal, no le habría emocionado tanto. Pero el hallazgo lo tuvo de otro modo. Se había sentado en la terraza dispuesta de nuevo a esperar el correo del día. Mientras se servía té y leche en una taza, dejó el libro en su regazo. En un movimiento involuntario éste se abrió y, al acercar la taza a sus labios, su mirada se fijó distraídamente en unas líneas. Decían lo siguiente:
"Por lo demás, en la historia de un amor y de sus luchas contra el olvido no ocupa el sueño un lugar aún mayor que la vigilia, el sueño... que nos prepara, por la noche, un encuentro con aquella a la que acabaríamos por olvidar, más con la condición de no volver a verla? Pues, dígase lo que se quiera, podemos tener perfectamente en sueños la impresión de que lo que en ellos ocurre es real."
De "El silencio de las sirenas"
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