25.7.20

Ilse Losa. El mundo en que viví

Mi abuelo, hombre alto y flaco, de cara ancha, huesuda y un poco rojiza, ojos claros y casi siempre tristes, tenía el hábito de arquear las cejas espesas cuando decía alguna cosa importante. Aquello me fascinaba y por eso no me gustaba verle, a veces, las gotas de sopa colgando del bigote hacia un lado de la boca. No se correspondía con él, siempre tan pulcro, con el cabello abundante, peinado cuidadosamente. "Límpiate la boca, abuelo", le decía yo. "Ahora, ahora", respondía él, un poco enfadado.
La abuela contrastaba con la figura alta e imponente del abuelo. Baja, muy baja, tenía la cara menuda surcada de arrugas y el cabello blanco rígidamente peinado hacia la coronilla, donde lo juntaba en un moño redondo, apretado. Prefería vestidos oscuros, que protegía, en las faenas domésticas, con un delantal de color ceniza.
Yo, a juzgar por las viejas fotografías, no pasaba de una niña frágil, de pelo rubio, de facciones infantilmente tersa. No descubrí nada más que merezca la pena destacar 
Vivíamos los tres en una pequeña casa con un balcón sobre la calle, cubierto de parra.


Principio de "El mundo en que viví"
    

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