Henry echó una última mirada hacia el cielo: un cristal negro. Mil aviones desgarrando aquel silencio: resultaba difícil de imaginar; sin embargo, las palabras entrechocaban en su cabeza con ruido gozoso: ofensiva detenida, derrota alemana, podré partir. Dobló la esquina de la avenida. Las calles olerían a aceite y a azahar, la gente conversaría en las terrazas iluminadas y él tomaría café auténtico al son de las guitarras. Sus ojos, sus manos, su piel tenían hambre; qué largo ayuno! Subió lentamente la glacial escalera.
Principio de "Los mandarines"
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