El verano en que cumplió quince años, Melanie descubrió que era de carne y hueso. Oh, mi América, mi tierra recién descubierta. Se embarcó en un viaje embelesado, exploró todo su ser, trepó a sus propias cadenas montañosas, penetró en la húmeda abundancia de sus valles secretos como un Cortés, un da Gama o un Mungo Park de la fisiología. Durante horas se contemplaba, desnuda, en el espejo del armario; seguía con un dedo la elegante estructura de sus costillas, allí donde el corazón aleteaba entre la carne como un pájaro bajo una manta; dibujaba la larga línea desde el esternón hasta el ombligo (que era una gruta o caverna misteriosa) y restregaba las palmas de las mano contra las alas embrionarias de sus omóplatos. Y luego se retorcía abrazándose, riendo, y a veces daba volteretas o hacía el pino de pura euforia por la cimbreante sorpresa que era toda ella, ahora que había dejado de ser una niña.
Principio de "La juguetería mágica"
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