Y mi madre, de luto, se reía, se reía con su aguda risa de muchacha, palmoteando ante el gatito... el fulgurante recuerdo paró en seco la brillante cascada, secó de pronto las lágrimas de la risa en los ojos de mi madre. sin embargo, no pidió disculpas por haberse reído, ni aquel día ni los que siguieron, ya que nos hizo la merced, tras haber perdido a quien tanto había amado, de seguir siendo para nosotros la misma de siempre, de aceptar su dolor como hubiese aceptado la llegada de una estación lúgrubre e interminable, y recibiendo sin embargo, por todas partes, la pasajera bendición de la alegría... y así vivió, entre sombras y luces, encorvada bajo los temporales, resignada, cambiante y generosa, ornada de hijos, de flores y de animales, como un patrimonio nutricio.
Fragmento de "La casa de Claudine"
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