27.12.21

Teresa Wilms Montt. I

   La luz de la lámpara, atenuada por la pantalla violeta, se desmaya sobre la mesa.
   Los objetos toman un tinte sonambulesco de ensueño enfermizo; diríase que una mano tísica hubiera acariciado el ambiente, dejando en él su lanquidez aristocrática.
   Una campana impiadosa repite la hora y me hace comprender que vivo, y me recuerda, también, que sufro.
   sufro un extraño mal que hiere narcotizando; mal de amores, de incomprendidas grandezas, de infinitos ideales.
   Mal que me incita a vivir en otro corazón, para descansar de la ruda tarea de sentirme vivir dentro de mí misma.
   Como los sedientos quieren agua, así yo ansío que mi oído escuche una voz prometiéndome dulzuras arrobadoras; ansío que una mantita infantil se pose sobre mis párpados cansados de velar y serene mi espíritu rebelde, aventurero.
   Así desearía yo morir, como la luz de la lámpara sobre las cosas, esparcida en sombras suaves y temblorosas.

    
De "Inquietudes sentimentales"
    

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