10.1.22

Anne Sexton. La doncella sin manos

Es posible
que se casara con una tullida
por admiración?
Deseaba poseer la mutilación
para que ningún carnicero
se acercará hasta él con palancas
o pequeñas pinzas de precisión?
Dama, trae tu pierna de madera
y así podré ponerme de pie sobre mis
rosadas patas de cerdo.
Si alguien quema tu ojo
tomaré tu cuenca 
y la usaré de cenicero.
Si ellos cortan tu útero
te daré una corona de laurel
para ponerla en su lugar.
Si te has cortado la oreja
te daré un cuervo
que escuchará igual de bien.
Mi manzana no tiene gusano!
Mi manzana está entera!
   
Había una vez
un padre cruel
que cortó las manos de su hija
para escapar de un brujo.
La doncella alzó sus muñones
inútiles como las patas de un perro
y esto hizo que el brujo
la deseara. Quería lamerla
como a la mermelada de fresa.
Ella lloró sobre sus muñones
tan dulce como agua de loto,
tan fuerte como petróleo,
tan infalible como aceite de ricino.
Sus lágrimas se extendieron a su alrededor como un foso.
Sus lágrimas la purificaron tanto
que el brujo no pudo acercarse.
   
Ella abandonó la casa de su padre
para deambular por los bosques prohibidos,
los bosques del bueno y compasivo rey.
Estiró su cuello como un elástico, 
arriba, arriba, para dar un mordisco a una pera
que colgaba del árbol del rey.
Imaginadla allí por un momento,
una perfecta vida tranquila.
Después de todo,
no podía alimentarse a sí misma
ni bajarse los pantalones 
ni cepillarse los dientes.
   
Ella estaba, diría yo, 
sin recursos.
El rey la espiaba en el momento
en el que se estaba estirando arriba, arriba
y pensó:
Pito, Pito, Gorgorito...
por la gracia de...
como esposa la tomaré. 
   
Y así se casaron
y vivieron juntos en un terrón de azúcar. 
El rey mandó hacer unas manos de plata para ella.
Les sacaban brillo a diario y las ponían en su sitio,
pequeñas manoplas de hojalata.
La corte hacía una reverencia cuando las veían a lo lejos.
Los tranquilos transeúntes se detenían y se santiguaban.
Vaya esposo, decían del rey,
y fruncían los labios como para dar un beso.
Pero esa no fue la última palabra
pues el rey fue llamado a la guerra.
Por supuesto la reina estaba embarazada
así que el rey la dejó al cuidado de su madre.
Cómprale un cochecito, le dijo,
y envíame un mensaje cuando nazca mi hijo.
No quiero oír insultos
ni ver un colchón ardiendo.
Era muy supersticioso.
Podéis imaginar su punto de vista.
   
Cuando su hijo nació 
la madre le envió un mensaje
pero el brujo lo interceptó 
diciendo, en su lugar, que le habían cambiado al niño por otro.
Al rey no le importó. 
Estaba acostumbrado a ese tipo de cosas.
Dijo: Cuidadlo bien,
pero el brujo interceptó el mensaje,
diciendo: Matadlos a los dos;
después sacadle a ella los ojos y enviádmelos,
cortadle también a él la lengua y enviádmela;
quiero tener pruebas.
   
La madre,
ahora abuela
-extraña vocación la de ser madre-,
les dijo que huyesen a los bosques.
La madre nombró a su hijo
portador del dolor
y huyeron a una cabaña segura en los bosques.
Ella y el niño estaban tan bien en los bosques
que sus manos volvieron a crecer.
Los diez dedos brotando como espárragos,
las palmas como tortitas enteras,
tan suaves y rosadas como maquillaje.
   
El rey regresó al castillo 
y escuchó las noticias de su madre 
y partió a los bosques durante siete años 
sin comer ni siquiera una vez, 
o eso decía él, 
haciéndolo mucho mejor que Mahatma Gandhi.
Era bueno y compasivo, como ya he dicho, 
así que encontró a su amada. 
Ella le entregó sus manos de plata. 
Ella le entregó a su hijo,
y él se dio cuenta de que era suyo,
aunque desafortunadamente ahora los dos estaban enteros. 
Ahora los carniceros vendrán a por mí 
-pensó-, pues he perdido mi suerte. 
Esto le hizo tener un miedo insidioso 
como un depresor comprimiendo fuertemente
detrás de la garganta. 
Pero era bueno y compasivo 
así que sacó lo mejor de la situación 
como un bateador ambidiestro. 
   
Regresaron al castillo 
y celebraron un segundo banquete de boda.
Esta vez él puso un anillo en su dedo 
y bailaron con elegancia. 
Conservaron las manos de plata durante toda su vida, 
sacándoles brillo a diario,
una especie de corazón morado,
un talismán, 
una estrella amarilla. 


De "Transformaciones"
    

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