El dolor por la pérdida de un ser querido resulta ser una situación que nadie conoce hasta que llega a ella. Nos imaginamos (sabemos) que alguien cercano a nosotros podría morir, pero no nos planteamos más que los pocos días o semanas inmediatamente posteriores a esa muerte imaginada. Y hasta malinterpretamos la naturaleza de esos pocos días o semanas. Si la muerte es repentina, podemos suponer que nos quedaremos en shock. Pero no nos esperamos que ese shock sea aniquilador, que nos transforme tanto el cuerpo como la mente. Podemos suponer que nos quedaremos postrados, inconsolables, enloquecidos por la perdida. Pero no esperamos enloquecer literalmente, convertirnos en "mujeres muy fuertes" que están convencidas de que su marido va a regresar y le van a hacer falta sus zapatos. En la versión del dolor por la pérdida de un ser querido que nos imaginamos, el modelo es la "curación". En ella siempre prevalece cierto progreso. Los peores días serán los primeros. Nos imaginamos que el momento que nos supondrá la prueba más dura será el funeral y que después vendrá esa hipotética curación. Cuando nos imaginamos el funeral, nos preguntamos si acaso conseguiremos "superarlo", si estaremos a la altura de la situación, si mostraremos esa "fortaleza" que invariablemente se menciona como la reacción correcta a la muerte. Suponemos que tendremos que echarle agallas a ese momento: seré capaz de saludar a la gente, seré capaz de salir de escena, seré capaz siquiera de vestirme ese día? No tenemos forma de saber que el problema no será ese. No tenemos forma de saber que el funeral en si será anodino, una especie de regresión narcótica en la cual nos veremos envueltos en el cariño de los demás y en la gravedad y el sentido de la ocasión. Ni tampoco podemos conocer por anticipado (y aquí reside la diferencia esencial entre el dolor por la muerte de un ser querido tal como nos lo imaginamos y tal como es en realidad) la ausencia interminable que vendrá después, el vacío, que es justamente lo contrario del sentido, la sucesión implacable de momentos durante los cuales afrontaremos la experiencia del sinsentido mismo.
De "El año del pensamiento mágico"
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