Ni Ulises ni otro nadie más astuto
aventurado hubiera en su semblante
tan divino, agraciado y respetable,
el afán y el quebranto que yo sufro.
Porque, Amor, con los bellos ojos tuyos
tal llaga en mi alma ingenua perforaste
-nido ya de calor para albergarte-
que no podrá tener remedio alguno
si no se lo das tú. Que dura suerte:
mordida de escorpión, ayuda clamo
contra el veneno a quien me da la muerte.
Solo le pido calme esta agonía;
mas no extinga el deseo a mí tan caro
que si me ha de faltar me moriría.
En la antología "El canto de la décima Musa.
Poesías del Renacimiento y el Barroco"
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