5.8.22

Christa Wolf. Por la intensidad del dolor puede medirse la fuerza de la esperanza que debe subsistir...

-No es curioso como olvidamos el sufrimiento y la alegría? Pero el tiempo que se me fue en esa tristeza infundada ya no me parece tiempo robado. Por otra parte, por la intensidad del dolor puede medirse la fuerza de la esperanza que debe de subsistir. Lo sabías?
-Lo descubrí. Eso lo descubrí.
-Esperanza y vida son una misma cosa, nos dijo tu médico. Créanme. Él había visto morir de desesperanza en muy poco tiempo a personas que, clínicamente, hubieran debido durar más. Otros, nos dijo, saltan por la ventana o toman tabletas. Que, si era posible engañarte, había que engañarte.
-Y tú, para poder engañarme mejor acerca de mi estado, me abriste tu alma en compensación.
-Estábamos todos en el jardín de Irene, al lado del montículo de las amapolas gigantes, comiendo pastel y tomando café, y hablábamos de ti, utilizando complicados giros diplomáticos, a fin de que tu médico no tuviera que faltar a su secreto profesional. Suponiendo que... y: en el caso de que... Tanteando el terreno, hablábamos de "metástasis". Tu médico callaba. A mí me indignaba aquella manera de engañarte. Con diagnósticos falsos. De este modo, nos dijo, por lo menos se te podría deparar alguna que otra tarde medianamente tranquila. Y nosotros, que nos considerábamos amigos tuyos, debíamos ayudar a los médicos en sus maniobras de simulación. Porque nosotros no éramos los enfermos, dijo tu médico, sino tú, y aunque reconocía que podíamos sentir mucho y hacernos cargo de muchas cosas, la pared que se había levantado entre tú, la enferma y nosotros, los sanos, ni con el mayor esfuerzo de imaginación podríamos derribarla. La pared, Steffi, entre tú y nosotros, fue levantada definitivamente una hermosa tarde de Mecklemburgo. Y yo grité: Sí, dejemos que se engañe a sí misma, e Irene exclamó: No!, estaba llorando y yo sentí que en aquel momento la quería. No! Nadie quiere ser engañado!, y tu médico nos preguntó fríamente, o así nos pareció, cómo podíamos estar tan seguros de que, en tu lugar, nosotros no querríamos estar rodeados de buenos embusteros. Y entonces yo, ya sin fuerzas, argumenté que tú habías entrado a escondidas en el despacho del médico, para ver tu ficha, y él dijo que era el miedo lo que te movía. Que lo que ibas buscando era la prueba que te lo disipara, no que te lo confirmara.


De "Pieza de verano"
    

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