Octubre, 2007. Los vientos de Santa Ana arrancan de cuajo la corteza de los eucaliptos en largas franjas blancas. Pese a las ramas colgantes, con una amiga decidimos arriesgarnos a comer al aire libre. Mientras comemos, ella sugiere que me tatue LA DIFÍCIL a lo largo de los nudillos de ambas manos, como un recordatorio de los posibles frutos de esta pose. Pero en lugar de eso, las palabras te quiero salen atropelladamente de mi boca, invocando el recuerdo de la primera vez que me lo hiciste por el culo, mi cara aplastada contra el suelo de cemento de tu húmedo y encantador piso de soltero. Molloy en la mesita de noche y una pila de vergas en una sombría e inutilizada cabina de ducha. Podría ser mejor? Qué te place?, me preguntaste, y te plantaste hasta obtener una respuesta.
Antes de conocernos, había dedicado la vida entera a la idea de Wittgenstein de que lo inexpresable está contenido -inexpresablemente!- en lo expresado. Aunque menos conocida que la venerada De lo que no se puede hablar es mejor callar, es, creo, la más profunda de las dos. Entraña la paradoja, bastante literalmente, de por qué escribo, o cómo es que me siento en condiciones de seguir escribiendo.
Principio de "Los argonautas"
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