Una vez nuestro verano
duraba una eternidad.
Caminábamos bajo el sol
en días sin final.
Nos hundíamos en verdes y olorosas
profundidades insondables
y no sentíamos angustia
ante el atardecer.
A dónde fue después nuestra eternidad?
Cómo pudimos olvidar
su sagrado secreto?
Nuestro día de volvió demasiado corto.
Nos esforzamos casi paralizados,
formamos para el combate
una obra, que será eterna
y su esencia es el tiempo.
Mas aún nos llegan fragmentos
a nuestros brazos
momentos en los que estamos lejos
de metas y nombres,
cuando el sol cae en silencio
sobre briznas solitarias
y todas nuestras búsquedas nos parecen
un juego y un préstamo.
Es entonces que presentimos
la condición que se nos dio:
arder en el instante
de los vivos,
y olvidar lo temporal,
que permanece y es
para el segundo creador,
patrón que nunca se alcanza.
De "En el nombre de los árboles"
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