Comienza con una palabra tan pequeña como el grito del búho de América.
Un dolor en la jaula de la respiración, como cuando decimos apenas puedo respirar.
Al dormir, vemos nuestro nombre en una piedra, por ejemplo.
O al caminar bajo la lluvia, entre tumbas, nos sentimos observados.
Otros todavía están entrando a nuestras vidas. Entran, salen.
Algunos hablan sigilosamente a nuestro lado en la banca, cerca de donde nadan los koi.
En la noche, un leve sonido de alas roza las paredes.
Ahora no es como suena. U otras dos palabras.
Pero son los mismos pájaros que viven en los aleros de piedra,
que forrajean el aire hacia la noche. Para verlos uno no debe estar buscando.
De "En el ocaso del mundo"
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