14.9.23

Maryse Condé. Travesía del manglar

El sereno

-No me saltó el corazón! No me saltó el corazón!
La señorita Léocadie Tomithée, maestra de primaria jubilada hacía 20 años, se quedó de pie, una mano en el pecho, la otra en puño a la altura de la boca, y examinó en cámara lenta las imágenes de sus sueños; se remontó hasta la noche de la semana anterior en que las dolencias de su cuerpo gastado -unidas a los ladridos de los perros de su vecino Léo y a los mugidos de las vacas amarradas a una estaca en la selva que colindaba con su propiedad- la habían mantenido despierta hasta las cuatro de la mañana, cuando el antedía, pálido y miedoso, ya se había deslizado con cautela entre las persianas. No. Ninguna señal emergía de las aguas opacas del sueño. Como siempre desde que se iba hundiendo en las profundidades de los años, había soñado con su hermana, que había muerto sin haber probado, ella tampoco, ni las aventuras del matrimonio ni las alegrías de la maternidad, y con su madre, que había probado unas y otras; ambas habían recobrado su buena salud tras la enfermedad y el dolor, en una juventud perenne, y la esperaban de pie en la puerta de entrada, abierta de par en par hacia la Vida Eterna.


Principio de "Travesía del manglar"
    

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