Wakefield Whiteoak corría que se las pelaba, cada vez más rápido, hasta que ya no pudo más. No sabía por qué había apretado el paso de repente. Ni siquiera por qué corría. Cuando se tiró en el prado, con la cara pegada al césped recién salido esa primavera, olvidó por completo que había estado corriendo, y notó la presión de la mullida hierba contra la mejilla; notó también el corazón que le latía con fuerza en la caja torácica, y la mente en blanco. No era ni más ni menos feliz que el viento de abril que le recorría, presuroso, el cuerpo; ni que la hierba recién brotada, henchida de vida. Solo sabía que se sentía vivo, joven y con la necesidad acuciante de entregarse al ejercicio vigoroso.
Principio de "Jalna"
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