Entre el incendio de amor
y los regalos del alma,
que solo sabrá decirlos
el amante que los causa;
entre las caricias tiernas
y palabras regaladas
que sin pronunciar se dicen,
propio efecto de quien ama;
dentro en el corazón tierno,
donde tuvo principio el alma
en la eternidad del sol,
que conoce su sustancia;
en aquel silencio dulce,
que da la corriente del agua,
del pecho, que abrasa amor,
y da dos fuentes la cara;
entre violetas hermosas
y azucenas regaladas,
que publican casto amor
en el pecho de la amada,
da un alma suspiros tiernos
salidos de las entrañas,
porque su Amante divino
todo el mundo no le ama.
Le dice: mi solo bien,
mi vida dulce y amada,
cómo vivirá tu sierva
viendo los pocos que os aman?
Cómo puede descansar
en Vos, centro de mi alma,
si sé que no sois amado
como lo piden mis ansias?
Centro de mi paraíso,
amado bien de mis ansias,
dadme las almas del mundo,
que para Vos todo es nada.
Como soy cosa tan poca,
y Vos tan grande sustancia,
hallo que el amor de todos
aún no puede amarte nada.
Y como veo la gente
de tu amor tan descuidada,
se me arde el corazón
por quitarles lo que aman.
Ando de noche y de día
imaginando mil trazas,
para la restitución
del amor que os debe el alma.
Mas como por mis pecados
en blanco las veo tornadas,
vuelvo a quejarme a mi blanco
del amor que me las causa.
Porque no hallo consuelo
sino en sola tu palabra;
pues me dijiste en maitines,
yo cumpliré tu demanda.
En "Poéticas. Antología de mujeres del siglo XVI"
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