Exhortando a las carmelitas descalzas a conservar las constituciones de Santa Teresa.
Ay, ay, Carmelo dichoso,
guárdate, que anda la raposa
solícita y cuidadosa
por quitarte tu reposo!
Está con el ojo alerta,
puesto siempre en centinela,
y llama para esta vela
a tu Teresa y Alberto.
No fíes en esperanzas
ni promesas aparentes,
nota bien inconvenientes
y previene las mudanzas.
No te engañen con decir
de otras nuevas perfecciones;
huye de las invenciones,
que te quieren destruir.
Bien vas, bien vas, no te mudes,
pues tiene larga experiencia;
resiste con vehemencia,
de lo demás no te cures.
Ay, ay, otra vez te digo,
y mil decirlo querría,
y aún de grado moriría
y desde luego me obligo!
A trueque de servirte,
dulce monte y patria buena,
venga sobre mí la pena,
que no quiero más vivir.
(...)
En "Poéticas. Antología de mujeres del siglo XVI"
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