14.2.24

Elizabeth Jane Howard. Esa clase de chica

-Claro que no me importa, cariño. En absoluto -dijo ella.
Llevaba puesta la parte superior del pijama de su marido y extendía mermelada de cereza sobre una tostada. Pensó un momento y añadió:
-Me encantará tener a alguien con quien hablar mientras estás en Londres.
Edmund Cornhill contempló a su mujer por un momento sin responder. En ocasiones como esta -se decía a sí mismo- su habitual devoción por ella se cargaba de algo extremadamente erótico.
Lo que le gustaba de Anne -siguió pensando en silencio (era un hombre que mantenía un continuo monólogo interior del que pocas palabras llegaban a escucharse en voz alta)- era la manera en la que se las ingeniaba siempre para aceptar de forma racional cualquier sacrificio que él le pidiera. Ella no se limitaba a decir que lo que quiera que fuese iba a estar bien; decía por qué lo estaría y, por supuesto, casi siempre tenía razón.


Principio de "Esa clase de chica"
    

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