Abandonarse, no premeditar nada, no querer nada, no distinguir ni deshacer nada, no mirar fijamente, más bien desplazar, esquivar, desenfocar y considerar lentamente sólo la materia que se presente, tal como se presente, en su desorden, e incluso en su orden.
Dicen que su belleza dejaba estupefacto, que era inmóvil y feroz. Al verla aparecer, la princesa de Metternich confesó: "Me quedé de piedra ante tal belleza prodigiosa: qué preciosos cabellos, qué cintura de ninfa, qué tez de mármol rosado! En una palabra, es una Venus descendida del Olimpo! Nunca había visto una belleza semejante, nunca volveré a ver otra igual!" En su ferocidad, descansa en un sofá y se deja admirar como una presa, ausente en medio de la multitud, con la mirada fría, impasible. Su poder la hace odiosa, pues su belleza, dicen, derrota a las demás beldades. Es la época de la guerra de Crimea, y una marquesa constata que su llegada da "un toquecito orienta". Se busca la sombra de algún defecto y se señala su ostentación como una falta de gusto: "Si hubiera sido sencilla y natural, habría transformado el mundo... Sin duda debemos felicitarnos de que la condesa no haya sido más sencilla...", afirmó madame de Metternich. Se admiraba su belleza como se iba a ver a los monstruos de feria.
La encontré por casualidad, en lo alto de una pequeña escalera de madera, en la vetusta librería de una ciudad de provincias, y también a mí me impresionó, pero por otras razones. Una mujer apareció de pronto en la cubierta de un catálogo, La Comtesse de Castiglione par elle-même.
Principio de "La exposición"
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