11.8.24

Louise Glück. La musa de la felicidad

Las ventanas cerradas, el amanecer.
El ruido de unos pocos pájaros;
el jardín con una ligera capa de humedad.
Y la precariedad de las grandes esperanzas 
desaparecida de repente.
Y el corazón aún alerta.
   
Y un millar de pequeñas esperanzas que se agitan,
no recientes pero sí recién reconocidas.
Afecto, cenas con amigos.
Y la estructura de ciertas
tareas adultas.
   
La casa limpia, silenciosa.
La basura que no hace falta sacar.
   
Es un reino, no un acto de imaginación:
y aunque es muy pronto,
se abren los capullos blancos de las campanitas.
   
Es posible que hayamos pagado por fin
un precio suficientemente alto?
Que ya no se espere de nosotros ese sacrificio,
que esa angustia y terror nos basten?
   
Una ardilla corretea por los cables del teléfono,
con un currusco de pan en la boca. 
   
Y la oscuridad que en esta estación se demora.
De modo que parece ser
parte de un gran don 
gracias al cual no habrá que tenerla nunca más.
   
El día se despliega, pero muy poco a poco, una soledad
que no ha de temerse, los cambios
tenues, apenas percibidos:
   
las campanitas abiertas. 
La posibilidad
de que logremos ver su final.



De "Las siete edades"
    

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