Aquel verano nos compramos unos enormes sombreros de paja. El de María tenía cerezas alrededor; el de Infanta, nomeolvides azules, y el mío, amapolas rojas como el fuego. Así, cuando nos tumbabamos en el pajar, nos fundíamos con las flores silvestres. "Dónde os habéis metido otra vez?", gritaba nuestra madre. Nosotras, chitón. Susurrábamos, nos contábamos secretos. Los años anteriores María e Infanta se los confiaban a mis espaldas, pues yo era la más pequeña. Pero ese año... Ese año Infanta se tumbaba un poco más allá, en silencio, y María me los revelaba a mí. No dejaba de hablar mientras se revolcaba en la paja. Tenía las mejillas encendidas y los ojos le brillaban de un modo extraño. Si me distraía mirando el sol, que estaba a punto de ponerse, o algún insecto, María se enfadaba. "Pero bueno, es que no te interesa lo que te cuento? -protestaba-. La culpa es mía por intentar abrirte los ojos. Por mí, como si sigues creyendo que a los niños los trae la cigüeña!..."
Principio de "Tres veranos"
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