Prefiero escribir poemas antes que prosa, siempre, bajo cualquier circunstancia. Sin embargo, cada cual posee su fuerza. La prosa fluye hacia delante, brava y a menudo serena, exponiendo las emociones sin prisa. Cada personaje, cada idea alientan nuestro interés, hasta que la complejidad del conjunto se erige como su gran baza y empezamos a percibir toda una cultura por debajo y por detrás de lo que leemos. Los poemas son menos prudentes, y la voz de la composición no deja de resultar algo solitaria. Y es una voz de carne y hueso, que se desliza y patina y brinca por las riberas y se abalanza sobre cualquier río que encuentre, aterrizando con cuchillas afiladas sobre el fragmento de hielo más minúsculo. Trabajar prosa y trabajar poemas suscita ritmos diferentes en la frecuencia cardíaca. Uno es más agradable que el otro; te dejo adivinar cuál. Cuando dedico mucho tiempo a la prosa, acuso el peso de la tarea. Cuando creo poemas, en cambio, la sensación no es tal; no se parece a ninguna otra labor. Un poema o bien no prospera, o bien parece casi tan parido como creado.
Principio de "Vita longa"
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