6.3.25

Niviaq Korneliussen. El Valle de las Flores

Hay un cuervo posado en la gran cruz de la entrada del cementerio. No tengo seres queridos enterrados aquí. La tumba de aanaa* está en otro sitio. Sin embargo, siento que he perdido a alguien en este lugar. Me trae recuerdos sombríos. Me trae recuerdos de noches de primavera sentada aquí, esperando con angustia la llegada del sol de medianoche. Me trae recuerdos de la noche rosa de verano que pasé hace un año en lo alto de una colina con vistas al monte Sermitsiaq y a las cruces de todos estos muertos pensando en la vida. Me gustaba aislarme, pero esa noche me sentí sola y deseé estar enterrada entre ellos. Las calles estaban tan inanimadas como las tumbas, y un cuervo pasó volando y se posó en una cruz muy cerca de mí. Sus plumas negras brillaban, sus ojos negros acechaban, su alma negra era la única presente allí. Mi mirada se detuvo en aquel pájaro negro y por un instante olvidé que el sol, que se había ocultado un cuarto de hora antes, volvería a salir por el otro lado del Sermitsiaq pasados unos minutos. Por un instante olvidé que todo volvería a comenzar desde el principio una vez más. El cuervo veló por mí hasta que despuntó el día. Después levantó el vuelo y me dejó con los muertos. No sabía que debía protegerme de la luz, y no de la oscuridad.


*abuela


Principio de "El Valle de las Flores"
     

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