donde hemos dormitado, soñado, observado el resplandor
o amontonado las cenizas, tan quietos que
apenas intuíamos el sol o la lluvia,
allí arriba, brillando mucho las alto
que este fuego nuestro, silencioso y casi apagado.
La pasada noche escuchamos una llamada,
y unos golpecitos en el cristal de la ventana,
y una voz aguda en el aire
y sentí un aliento que nos revolvía los cabellos
y una llama en nuestro interior: algo veloz y sutil,
que nos estremeció por dentro y por fuera: eso fue todo.
Era un ángel brillante, un ángel oscuro? Quién puede saberlo
si no dejó ninguna marca en la nieve,
pero la cadena se rompió de repente,
y la puerta se abrió de par en par
y supimos que no volvería a cerrarse
y que no podíamos seguir aquí sentados.
Debemos levantarnos e irnos:
el mundo está frío y vacío,
y oscuro y envuelto
de misterio, de enemistades y dudas;
pero debemos acudir
aunque todavía no sepamos
quién nos llama ni qué marcas dejaremos en la nieve.
En la antología "Amores eternos"
No hay comentarios:
Publicar un comentario