en una tela que bordó con sus manos.
Y no habría podido dejar un testimonio
más íntimo
de lo que fue su estancia en este mundo,
que esas puntadas
bordadas con rigor en esa tarde lisa
que fue la suma toda de sus tardes.
(Mientras escribo
oigo cómo crepitan sus pensamientos en una habitación imaginaria,
y cómo sus deseos van al aire,
cómo muda su piel, prisión perpetua,
mientras oye en la radio que los amantes sufren y escriben largas cartas.)
A veces
su boca se tensaba
como si entre los labios sostuviera
cientos de pequeñísimas agujas.
O se elevaba al cielo, como un rezo,
el murmullo viscoso de su rabia.
Qué
sabía Ofelia del amor,
ella, que no fue amada,
y que no pudo hundirse en la locura,
ni inventarse canciones a la orilla del agua?
Creo que, como Emily Dickinson, sabía
(aunque no tuvo huerto y en su tierra
baldía no crecieron las palabras)
que
todo lo que sabemos del amor
es que el amor es todo lo que existe.
De "Explicaciones no pedidas"
En "Poesía reunida"
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