No hay una buena manera de decir esto: cuando llega la policía es inevitable que introduzcan las malas noticias con esa frase, como si su sola presencia no fuese lo suficientemente siniestra. La primera vez que oí esa expresión ya sabía lo que me iban a comunicar. Sin embargo, presté atención a la manera en que me transmitían la noticia: el detective insistió en que primero me sentara. Me senté a la mesa y él colocó otra silla a la distancia adecuada y se sentó. No cabía duda de que estaba siguiendo el protocolo, pero aun así la frase -no hay una buena manera de decir esto- me sonó a la vez acertada y efectiva. Aunque es casi un cliché, no se la suele usar en la conversación diaria, y su precisión se me ha quedado grabada.
La segunda vez, ya suponiendo las noticias que estaban a punto de darme, no pensé en la frase ni por un instante. Tampoco esperé a que el detective me pidiese que me sentara. Señalé una silla para mi marido y me senté en la otra. Mi corazón empezó a experimentar esa sensación para la cual no existe ningún nombre. Podemos llamarla dolor, podemos llamarla desgarro, podemos llamarla devastación, pero son todas palabras incorrectas, inútiles en su familiaridad. Esta vez los cuatro policías se quedaron de pie.
No hay una buena manera de exponer estos hechos, que deben ser aclarados antes de poder seguir con el libro. Mi marido y yo tuvimos dos hijos y los perdimos a ambos. A Vincent en 2017, a los dieciséis años; a James en 2024, a los diecinueve. Los dos eligieron el suicidio y los dos murieron a poca distancia de casa: James, cerca de Princeton Station; Vincent, cerca de Princeton Junction.
Principio de "En la naturaleza las cosas crecen"
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