1.11.25

Cristina Rivera Garza. Vivir en duelo es esto...

Vivir en duelo es esto: nunca estar sola. Invisible pero patente de muchas formas, la presencia de los muertos nos acompaña en los minúsculos intersticios de los días. Por sobre el hombro, a un lado de la voz, en el eco de cada paso. Arriba de las ventanas, en el filo del horizonte, entre las sombras de los árboles. Siempre están allá y siempre están aquí, con y adentro de nosotros, y afuera, envolviéndonos con su calidez, protegiéndonos de la intemperie. Éste es el trabajo del duelo: reconocer su presencia, decirle que sí a su presencia. Siempre hay otros ojos viendo lo que veo e imaginar ese otro ángulo, imaginar lo que unos sentidos que no son los míos podrían apreciar a través de mis sentidos es, bien mirado, una definición puntual del amor.
El duelo es el fin de la soledad.


De "El invencible verano de Liliana"
    

31.10.25

Meritxell Baz. Pena

Tengo el cuerpo lleno de pena
Tanta pena que ya no surge
Sino que se ha quedado estancada
Y ya no importa cuánto piense
Pues no me queda ni la luna llena
Para que escuche mi lamento
Mis palabras son en vano
Mis sentimientos a la muchedumbre 
Pues nadie escucha, nadie siente
Todos mienten
Nadie toma mi mano
Ni los lamentos
Ni las lágrimas 
Solo quedo yo
En esta pena que se me lleva


De "Padres invisibles"
    

30.10.25

Giovanna Cristina Vivinetto. La huella del pasaje...

La huella del pasaje -me dices-
desde aquí no se ve. Nada evidente.
Tú no sabes, pero hay surcos
ajenos a la luz de los ojos.
Bendigo tu no comprender, 
la inocencia con la que te detienes
un poco antes del dolor,
tu instinto de zafarte. 
No preguntes: no tengo sintagmas 
con que adornar la realidad de las cosas.
No tengo perífrasis para salvarme.
La huella del pasaje: no la ves
porque mi senda es demasiado
estrecha para caber los dos.


En "Sombra escrita. Diecisiete poetas italianas (1970-1995)"
    

29.10.25

Octavia E. Butler. La parábola del sembrador

2024



«El prodigio es, en esencia,
flexibilidad y una obsesión persistente y positiva.
Sin persistencia, lo que queda es el entusiasmo
del momento. Sin flexibilidad, lo que queda puede
canalizarse hacia un fanatismo destructor.
Sin una obsesión positiva,
no hay nada de nada».

LAUREN OYA OLAMINA
Semilla Terrestre: los libros de los vivos




01


«Todo aquello que tocáis
lo Cambiáis.
Todo aquello que Cambiáis
os Cambia a vosotros.
La única verdad perdurable
es el Cambio.
Dios
es Cambio».

Semilla terrestre: los libros de los vivos




Sábado, 20 de julio de 2024

Anoche tuve ese sueño que se me repite. No sé de qué me extraño. Me viene cuando me enfrento a algo, cuando me enredo en mi propio anzuelo e intento fingir que no pasa nada fuera de lo común. Me viene cuando intento ser la hija de mi padre.


Principio de "La parábola del sembrador"
   

28.10.25

Gloria Steinem sobre La parábola del sembrador de Octavia E. Butler

Si hay algo más aterrador que una novela distópica sobre el futuro, es una novela distópica sobre el futuro que se escribió en el pasado y que ya ha empezado a hacerse realidad. Esto es lo que hace que La parábola del sembrador resulte aún más impactante que cuando se publicó por primera vez.
Hace veinticinco años, la formidable Octavia Butler escribió este primer volumen de lo que iba a ser una trilogía. Desgraciadamente, murió a la temprana edad de cincuenta y ocho años, pero por suerte tenemos esta novela y su secuela, La parábola de los talentos. El título hace referencia a los versículos de la Biblia que describen no la semilla, sino los diversos terrenos en los que esta cae; un reto para los lectores, que será el terreno de las semillas de advertencia.
La historia empieza en una California del futuro que está dividida en tres mundos superpuestos: el de los poderosos, que poseen y controlan el agua, la electricidad y el cultivo de alimentos; el de una clase media en apuros, formada por gente que vive en vecindarios cercados por muros, usa armas de fuego para protegerse y hace todo lo posible por aferrarse a un orden ya pasado; y el de la gente sin hogar, los analfabetos, los moribundos y las prostitutas de las calles de la ciudad y el campo, que roban a los vivos y rebuscan entre cadáveres insepultos que se quedan tirados allí donde caen.
En todos estos mundos, el agua cuesta más que la gasolina; la policía y los bomberos atienden solo a quienes pueden pagarles; saber leer y escribir es una destreza tan rara que se ha convertido en una ventaja a la hora de conseguir trabajo; circulan drogas sintéticas que despiertan una obsesión por el fuego entre quienes las consumen, y nadie está a salvo de atracos, violaciones ni incendios a pesar de las armas, los muros, los portones y los niveles de protección.


En el prólogo de "La parábola del sembrador"
    

27.10.25

Sheila Kohler. Cuando éramos hermanas

Es quince años antes de que Mandela se convierta en presidente, y Sudáfrica, un país del que me marché a los diecisiete años, todavía está sometida al apartheid. Tengo treinta y ocho años. Estamos en octubre, al que los afrikáners llaman die mooiste maand, el mes más hermoso, nuestra primavera.
Mi madre llama con la noticia. Mi cuñado, un cardiocirujano y alumno predilecto de Christiaan Barnard, el primer médico que trasplantó con éxito un corazón humano, había estrellado su coche contra un poste de la luz cuando conducía por una carretera desierta y reseca. Él, que llevaba puesto el cinturón de seguridad, había sobrevivido, pero mi hermana no tuvo tanta suerte. El impacto le rompió muñecas y tobillos.
-Murió instantáneamente -me aseguró mi madre.
No entiendo cómo uno sabe algo así y piensa en aquel momento de terror en la oscuridad.
Tomo un avión hasta Johannesburgo y voy directamente al depósito de cadáveres. No estoy segura de por qué considero que debo hacer eso. Quizá no pueda creer que mi única hermana, sin haber llegado todavía a los cuarenta años, madre de seis hijos pequeños, haya muerto. Quizá crea que la visión de su cara y cuerpo tan conocidos me lo aclarará. O quizá solo quiera estar a su lado, estrecharla por última vez entre mis brazos.


Principio de "Cuando éramos hermanas"

26.10.25

Isabella Leardini. Pensaba que seríamos...

Pensaba que seríamos 
perfectos como el vuelo de las aves,
en los círculos y las vueltas del destino.
Yo no vuelo y no me poso
yo no canto
si no puedo tenerte a ti golpeo la tierra
como quien vive contra la natura.
Las golondrinas no saben partir
son las hijas locas del frío 
y están aún tal vez por estos rumbos
repitiendo que éste 
es su otoño radiante de aire
en lo que quedan presas despacio de la nieve.


En "Sombra escrita. Diecisiete poetas italianas (1970-1995)"
    

25.10.25

Olga Orozco. VI

No comiste del loto del olvido
-el homérico privilegio de los dioses-,
porque sabías ya que quien olvida se convierte en objeto inamimado
-nada más que en resaca o en resto a la deriva-
al antolojo del caprichoso mar de otras memorias.
Y así escarbaste un día en tu depósito de sombras congeladas
y volviste a anudar con tiernos ligamentos huesecitos dispersos,
tejidos enamorados del sabor de la lluvia,
vísceras dulces como colmenas sobrenaturales para la abeja reina,
dientes que fueron lobos en las estepas de la luna,
garras que fueron tigres en la profunda selva embalsamada.
Y lo envolviste todo en ese saco de carbón constelado
que arrojaste hacia aquí, como hacia un tren en marcha,
y que en algún lugar dejó un agujero por el que te aspiran
y al que debes volver.


De "Cantos a Berenice"
En "Poesía completa"

24.10.25

Dorothy Gallagher. Historias que olvidé contarte

Ben murió repentinamente una soleada mañana de junio de 2010. En octubre vendí el apartamento en el que habíamos vivido durante nuestros treinta años de matrimonio, metí a nuestra vieja gata en su transportín y nos mudamos las dos a unas pocas manzanas, al estudio en un cuarto piso sin ascensor que había sido mi oficina.


Principio de "Historias que olvidé contarte"
    

23.10.25

Angélica Liddell. Qué adelanto con llenar mi casa de terciopelos...

Qué adelanto con llenar mi casa de terciopelos
si alondras nacen de la matriz de tus manos.
Arrodillo mi vanidad frente a los centinelas de tu nombre.
A todos aquellos que han muerto en tu belleza fiera
les digo, cabeza sobre toda cabeza, es mi Amado.


De "Veo una vara de almendro. Veo una olla que hierve"