2.6.11

Elizabeth B. Browning. XXXII

La primera vez que el sol salió tras tu promesa
de amarme, esperé con ansia a la luna para soltar
los lazos atados con demasiada premura.
Los corazones que aman tan pronto, pensé,
pronto pueden odiar. al juzgarme a mí misma,
no me creí digna del amor de tal hombre,
igual que una vieja viola desafinada enojaría
a un buen cantor por estropear su canto,
y la abandonaría, presto, a la primera nota
malsonante. no fui injusta conmigo, mas levanté
sobre ti una ofensa, porque en manos maestras
pueden fluir perfectas melodías
de un instrumento destemplado, y las almas grandes
con un simple tañido, pueden conseguirlo.

De los "Sonetos de la portuguesa"
   

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