año tras año, hasta que vi tu rostro,
y una pena tras otra desplazaban
aquellas alegrías, tan livianas
cual perlas ensartadas que en el baile al compás
del corazón se agitan. Pero pronto
la esperanza trocose en desaliento.
Y ni la misma gracia de dios apenas
podría alzar sobre el mundo mi triste corazón.
Entonces tú me rogaste que lo trajera
y lo dejara caer en la serena calma de tu ser.
En seguida se hundió, llevado por su peso,
mientras el tuyo lo amparaba y cubría,
interpuesto a los astros y al incierto destino.
De "Los Sonetos de la portuguesa"
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