"Y se vio aparecer cansada de disimulos, provocadora, descarada, segura de sí, apacible también como Cibeles, enigmática como la diosa africana, gata y tigre, a Colette, de ojos de poderosa náyade avisada. Ese nombre delicado, ingenuo, llevado hasta entonces por jovencitas que sugerían la visión de su pensionado distinguido, de sus noviazgos elegantes o impuestos, se transformó, en su brevedad, su soledad dominadora, en un cabujón desmesurado y sin picaduras, al lado del cual palidecieron todas las piedras talladas, dedicándole espontáneamente sus haces de resplandores.
No describiré aquí el genio de Colette; autoricenla a hacer uso de un diccionario entero, ella cavará su cueva, producirá por brotadura y con trabajo, dice ella, una obra suculenta, sanguínea, vegetal, en la cual todos los vocablos parecerán haber sido arrebañados y distribuidos sin que sin embargo, ninguna adición vaya a agobiar un relato que surge de la vida y de la necesidad. No le acordéis sino el empleo de algunos adjetivos; Colette los dispondrá con una mano tan hábil para construir, que el mundo vendrá a reflejarse en ellos, a instalar con leal astucia sus opulentos equipajes inmensos y reducidos..."
De "El libro de mi vida"
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