El hielo de esa mañana, apenas una frágil costra, se había quebrado y flotaba en pedazos. Los pequeños bloques chocaban o se separaban formando unos canales de agua oscura por los que unos cisnes nadaban con lenta indignación. Las islas se recortaban en el crepúsculo sombrío, boscoso, helado: eran las tres o las cuatro de la tarde. Una especie de hálito de arcilla, procedente de la ciudad se erguía más allá del parque, se condensaba, enturbiando el aire; tras esa atmósfera impura, los árboles alzaban frigidamente sus copas alrededor del lago.
Principio de "La muerte del corazón"
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