Hemos llegado esta tarde, después de varias horas de autobús. Nos ha avisado el cobrador. Nos ha dicho en voz alta y, desde luego, bien inteligible: "Cuando lleguemos al puente pararemos para que puedan bajar ustedes." Yo incline la cabeza, fingiendo dormir. Carlos respondería lo que fuese oportuno; él se levantaría primero y bajaría las maletas, se iría preparando camino de la puerta, me abriría paso cuidadosamente a lo largo del pasillo, pendiente de sujetar el equipaje y de no molestar a los viajeros, se volvería a mirarme: "Cuidado, no tropieces. Me permite..., me permite..." Y yo solo tendría que seguirle, como en un trineo.
Principio de "El balneario"
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