Hacia mediados de octubre, él se saltó una semana. Llegó el viernes y Consolata esperó durante dos horas y media en el lugar donde la pista se unía con el asfalto. Habría esperado más, pero Penny y Clarissa fueron a buscarla y se la llevaron de allí.
Ha muerto, pensó, y no había nadie para decírselo. Pasó la noche inquieta: en el camastro de la despensa o encorvada en la oscuridad, sobre la mesa de la cocina. La mañana la encontró contemplando cómo el mundo de los seres vivos se le escapaba gota a gota con su ausencia. Su corazón, obstruido por el espanto, se sentía más débil. Sus venas parecían haberse convertido en arrugados tubos de celofán. La presión que sentía en el pecho aumentaba de peso tan deprisa que no podía respirar bien. Al final, decidió dar con él o con lo que hubiera sucedido.
De "Paraíso"
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