23.9.17

Simone de Beauvoir. Del prólogo a "La plenitud de la vida"

Cuando empecé a hablar de mí me lancé en una aventura imprudente: uno empieza y no termina más. Hace tiempo que tenía ganas de contarme mis veinte primeros años; nunca olvidé los llamados que, de adolescente, dirigí a la mujer que iba a reabsorberme en ella, cuerpo y alma: no quedaría nada de mí, ni siquiera una pizca de cenizas; le suplicaba que me arrancara un día de esa nada en la que me habría sumergido. Quizá mis libros sólo hayan sido escritos para permitirme el logro de ese antiguo ruego. A los cincuenta años consideré que el momento había llegado; presté mi conciencia a la niña, a la joven abandonada en el fondo del tiempo perdido y perdidas con él. Las hice existir en blanco y negro sobre el papel.
Mi proyecto no iba más allá. Adulta, dejé de invocar el porvenir; cuando hube terminado mis memorias ninguna voz se elevaba en el pasado para instarme a seguirlas. Estaba decidida a empezar otra cosa. Y no pude. Invisible, bajo la última línea, se dibujó un punto de interrogación de que no pude apartar mi pensamiento. La libertad: para qué?


Del prólogo a "La plenitud de la vida"
    

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