tu desnudo triunfaba como un mármol egregio,
y tu carne divina, sobre un tálamo regio,
deshojaba el encanto de sus líricas rosas.
De la lira sonora bajo el lánguido arpegio
al amor se encendieron tus pupilas radiosas,
y en silencio alumbraron -lamparitas gloriosas-
el ensueño sin nombre de tu azul sacrilegio.
Fuiste toda una hoguera de placeres paganos;
los gusanos del vicio -los terribles gusanos-
incansables tejieron el telar de tu suerte.
Y en la trágica hora de tu horrible agonía,
aun sentiste el deseo que tu carne encendía,
bajo el bárbaro abrazo con que asalta la muerte.
En "Safo en Castilla"
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