Cuando el autobús de dos peniques se detuvo, la señorita Fox-Seton, que estaba acostumbrada a subir y bajar de los autobuses de dos peniques y a abrirse paso por las embarradas calles de Londres, recogió su elegante falda a medida con pulcritud y decoro y se bajó. Una mujer cuya falda a medida tiene que durar dos o tres años aprende pronto a resguardarla de las salpicaduras y se esfuerza en que conserve la frescura de sus pliegues. En su largo y cansado paseo aquella mañana lluviosa, Emily Fox-Seton había sido muy cuidadosa y regresaba a Mortimer Street tan impecable como se había marchado. Había reflexionado mucho sobre su atuendo, y en particular sobre aquel tan fiel que ya llevaba luciendo doce meses. Las faldas habían experimentado otro de sus espantosos cambios. Al pasar por Regent Street y Bond Street, se había parado delante de los escaparates de una de esas tiendas donde puede leerse "Sastrería de señoras y confección de hábitos" y había observado los maniquíes de tersa vestimenta y delgadez sobrenatural, y en sus grandes y bonitos ojos color avellana había aparecido una mirada de angustia. Se había esforzado entonces en descubrir dónde había que colocar las costuras y, en caso de que hicieran falta, cómo ocultar los fruncidos. O tal vez hubiera que prescindir por completo de costuras y aceptar sin más un estilo sin concesiones que vedara a las mujeres honradas pero de escasos medios toda posibilidad de hacerle unos arreglos a la falda de la pasada temporada.
Principio de "La formación de una marquesa"
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