Había lugares por los que no querías caminar, precauciones que tomabas y que guardaban relación con las cerraduras de ventanas y puertas, con el hecho de echar las cortinas y dejar las luces encendidas. Cada uno de estos actos era una especie de plegaria; esperabas que te salvara. Y en gran medida lo hacían. O si no eran ellos debía de ser otra cosa; podías asegurarlo por el hecho de que aún estabas viva.
De "El cuento de la criada"
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