5.2.19

Rosamond Lehmann. Vana respuesta


Judith había cumplido ya los dieciocho cuando vio que la casa de al lado, desocupada desde hacía años, volvía a la vida. Los jardineros segaban y segaban, y aplanaban y aplanaban la pista de tenis; y plantaban tulipanes y nomeolvides en las urnas de piedra que bordeaban el césped de la margen del río. Los alargados dedos de la hiedra fueron arrancados de las ventanas, y la fachada de sólida piedra gris fue adecentada y embellecida. Cuando las contraventanas se abrieron y los conocidos espejos miraron de nuevo desde las ventanas de los dormitorios, parecía como si aquel largo abandono no hubiera existido y los niños estuvieran aún allí con su abuela, unos niños misteriosos y electrizantes que iban y venían, todos primos salvo dos, que eran hermanos, y todos chicos salvo una niña que saltaba la tapia y los melocotoneros para colarse en el jardín de Judith e invitarla a merendar y a jugar al escondite.


Principio de "Vana respuesta"

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