17.6.19

Jeanette Winterson. Historia de la hermana mayor de las doce princesas bailarinas

   Mis hermanas y yo dormíamos en la misma habitación, más estrecha que un río nuevo y más larga que la barba del profeta.
   Ya te puedes imaginar el tipo de alojamiento de que disponíamos. 
   Dormíamos en lechos blancos, con sábanas blancas, la luna se colaba por la ventana y dibujaba sombras blancas en el suelo.
   Cada noche volábamos de esa habitación a una ciudad plateada en la que nadie comía ni bebía. El pueblo se dedicaba al baile. Destrozábamos nuestros vestidos y zapatillas bailando y por la mañana, cuando nuestro padre venía a despertarnos, estábamos tan dormidas que era imposible adivinar dónde habíamos estado o cómo habíamos llegado.
   Como sabes, al final un príncipe listillo nos vio salir volando por la ventana. Le habíamos dado una poción para dormir, pero en lugar de bebérsela lo simuló. Tenía once hermanos y a todas nos dieron en matrimonio, una para cada hermano. Como dicen los cuentos, vivimos felices y comimos perdices. Nosotras sí, pero no con nuestros maridos.
   Siempre me ha gustado nadar y un día que estaba en alta mar llegué a una cueva de corales y vi a una sirena que peinaba sus cabellos. Me enamoré de ella en ese instante y después de unos meses de encuentros ilícitos, durante los cuales mi marido se quejó constantemente de que yo apestaba a pescado, huí y comencé a vivir con ella en perfecta y salobre dicha.
   Durante varios años no supe de mis hermanas hasta que, por una extraña casualidad, descubrí que de un modo u otro todas nos habíamos separado de los gloriosos príncipes y vivíamos dispersas, de acuerdo con nuestros gustos.
   Compramos esta casa y la compartimos. A medida que avances encontrarás a mis hermanas. Como puedes ver, yo moro en el pozo.


De "Espejismos"
    

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