El hombre ha pronunciado muchas palabras sarcásticas, pero ciertas, sobre la amistad de la mujer con la mujer, y no a causa de los celos. La opinión consolidada de la mayoría de los hombres sobre este tipo de devoción podrían resumirse en las palabras "mantente ocupada hasta que yo llegue". Sí que ocupa hasta que llegan. Y si no llegan, una amistad improvisada a toda prisa puede permanecer en puerto durante años como un barco no apto para navegar, que tiene el aspecto de barco pero jamás se hace a la mar.
Pero, en todo caso, de vez en cuando, entre sus innumerables falsificaciones, se alza entre dos mujeres una amistad que sustenta la vida de ambas, que todavía es joven cuando la vida declina, que el amor del hombre y la maternidad no logran desplazar ni la muerte destruir; una amistad que no es el afecto solitario de un corazón vacío ni el afecto más profundo de otro en plenitud, pero que, comoquiera que fuere, aligera las cargas de este mundo y deposita su mano pura sobre el venidero.
Este tipo de amistad, muy profunda, muy tierna, era la que existía entre Rachel West y Hester Gresley.
De "Un guiso de lentejas"
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