17.12.19

Colette. Nada que leer...

-Yo me rasco cuando no tengo nada que leer.
-Yo debo esforzarme, cuando no tengo nada que leer, para no comerme las uñas.
-Yo me he puesto a coser porque no tengo nada que leer.
-Fumaría menos si hubiese una biblioteca. Me han dicho que a una legua de aquí hay un viejo maestro que tiene reunidos doscientos o trescientos volúmenes. Si para de llover iré a dar un vistazo...
-Y encontrarás viejos libros de reparto de premios -rechina el más sacrificado de los nuestros-. A lo mejor La maison rustique des Dames o un Manuel du parfait bricoleur, si el maestro no tiene setenta años, y si tiene más de setenta, alguna obra de Alejandro Dumas.
Todos hemos venido a parar aquí empujados por la terrible marea; lo extraño es que nuestros diferentes caminos hayan encontrado su encrucijada aquí. Ni uno de los pasajeros del arca en ruinas posee nada más, ni nada menos, que una maleta y su contenido. Creíamos detenernos aquí unos días... La tendera-posadera-mercera nos ha vendido sus últimos monos azules, que permiten conservar el precioso traje sastre, la blusa camisera y hasta la camisa. Pero de buen grado cambiaríamos nuestra camisa por cinco kilos de víveres. La verdadera penuria es la falta de libros. Se cambian de cuarto a cuarto una veintena de volúmenes, realizan el circuito y lo vuelven a empezar. Cinco o seis Proust y tres Balzac son muy solicitados. Aprendemos a leer, separamos la escoria de las pepitas. Desde hace mucho tiempo la lectura se despoja de su egoísmo por primera vez: "Se ha fijado? Ahí, al pie de página: lea, es delicioso." También aprendemos a compartir.


De "Diario al revés"
    

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