Eres feminista?
Crees que las mujeres son seres humanos y merecen ser tratadas como tales? Que las mujeres merecen tener los mismos derechos y libertades que se otorgan a los hombres? Si es así, entonces eres feminista, o al menos eso es lo que no dejan de repetir las feministas.
A pesar de lo obvia y sencilla que es la definición de feminismo en el diccionario, a pesar de los años que he pasado colaborando con organizaciones feministas, a pesar de las décadas que he dedicado a defender el movimiento, reniego de la etiqueta. Si hoy me preguntaras si soy feminista no sólo diría que no, sino que lo diría además con un gesto de desdén.
No te preocupes: ahora no viene esa parte en la que insisto en que no lo soy porque temo que me confundan con una de esas feministas iracunda de piernas peludas que odian a los hombres y a las que tanto ellos como las propias mujeres pintan como el coco. Y tampoco voy a ratificar mi carácter accesible, mi naturaleza razonable, mi heteronormatividad, mi amor a los hombres y mi disponibilidad sexual, aun cuando esa aclaración parece ser el prerrequisito para todo texto feminista publicado en los últimos quince años.
Es precisamente esa pose (soy inofensiva, fóllame si quieres, no muerdo) el motivo por el que rechazo la etiqueta feminista: todas esas feministas de pacotilla; todas esas discusiones bizantinas en plan "puedes ser feminista y depilarte el pubis?"; todos esos mensajes tranquilizadores para el público (masculino) en los que aseguran que no piden tanto, que no pretenden pasarse de la raya ("nosotras tampoco sabemos de qué narices hablaba Andrea Dworkin, creednos!"); todas esas feministas repartiendo mamadas como si fuera una labor de misionera...
En algún punto del camino hacia la liberación femenina se decidió que lo más eficaz era lograr que el feminismo se hiciese universal. Pero en lugar de imaginar un mundo y una filosofía que resultaran atractivos para las masas, un mundo basado en la justicia, la comunidad y el intercambio, fue el feminismo mismo lo que se rediseñó y relanzó para las mujeres y los hombres contemporáneos.
Olvidaron que para que algo sea universalmente aceptado ha de resultar lo más banal, inocuo e inoperante posible. De ahí la pose. A la gente no le gustan los cambios; por eso el feminismo debe ir de la mano del statu quo (con mínimas variaciones) si quiere reclutar a un gran número de personas.
En otras palabras, el feminismo ha de ser completamente inutil.
Los cambios radicales dan miedo. De hecho, son aterradores. Y el feminismo que yo defiendo es una revolución total, una revolución donde las mujeres no solo tendrían derecho a intervenir en el mundo tal y como es -un mundo intrínsecamente corrupto concebido por el patriarcado para subyugar, controlar y destruir a quien lo desafíe-, sino que serán también capaces de transformarlo de manera activa; una revolución donde las mujeres no se limitarán a llamar a las puertas de las iglesias, los gobiernos y los mercados capitalistas para pedir educadamente que las dejen pasar, sino donde crearán sus propios sistemas religiosos, sus propios gobiernos y economías. El mío no es un feminismo de cambios graduales que se acaba revelando como más-de-lo-mismo. Es un fuego purificador.
Pedirle a un sistema construido con el propósito de oprimir ("ejem, le importaría dejar de oprimirme, por favor?") es una ridiculez. Lo único que cabe hacer es desmantelarlo por completo y reemplazarlo.
De la introducción del libro "Por qué no soy feminista.
Un manifiesto feminista"
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