De montañas descendimos
o salimos de unas islas,
con olor de pastos bravos
o profundas y salinas,
y pasamos las ciudades
hijas de una marejada
o del viento o las encinas.
En el Cristo bautizadas
o en Mahoma de la Libia
pero en vano maceradas
por copal y por la mirra.
La que en pastos de pastores
se llamaba Rosalía
y la nuestra del gran río
que mentábamos Delmira
y las otras que vendrán
por las aguas de la vida.
El olor de los lagares
en las sienes nos destila
o la carne en los pinares
desvaría en las resinas,
y nacimos y morimos
pánicas e irredimidas.
Nacemos en tierra varia,
en el sol o la neblina,
tú en ternuras de Galicia
y en el trópico Altamira
y como cien lanzaderas
que en el mismo telar pican,
a veces no nos hallamos
aunque seamos las mismas.
Somos viejas, somos mozas
y hablamos hablas latinas
o tártaras o espartanas
con frenesí o con agonía
y los dioses nos hicieron
dispersas y reunidas.
La canción de silbo agudo
calofría la campiña
o parece ritmo seco
de hierros en roca viva,
pero es siempre la mixtura
de Medea o de Canidia
y Eva tiene muerto a Abel
y a Caín en las pupilas.
En los cielos sanguinarios
de praderas o avenidas
una veces todas vamos
a país de maravilla
o venimos como Níobes
y con la vieja cara mísera.
Las más fuertes son amargas
y las más dulces transidas,
las más duras son Déboras
y las más tiernas Rosalías
y así erguidas o cegadas
todas una sangre misma
se nos rasga el secreto
de las sin razón venidas.
De la antología "Las renegadas"
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