16.5.20

Adrienne Rich. Orígenes e historia de la conciencia

I
   
Vida nocturna. Cartas, diarios, bourbon
salpicando contra el vaso. Poemas crucificados en la pared,
diseccionados, sus alas de pájaro amputadas
como trofeos. Nadie vive en este cuarto
sin atravesar algún tipo de crisis.
   
Nadie vive en este cuarto
sin afrontar la blancura de la pared
tras los poemas, baldas de libros,
fotografías de heroínas muertas.
Sin contemplar por último y tarde
la verdadera naturaleza de la poesía. El impulso
de conectar. El sueño de una lengua común.
   
Al pensar en amantes, su fé ciega, sus
experimentadas crucifixiones,
mi envidia no es sencilla. He soñado con irme a la cama
como si me adentrara en agua clara anillada por un bosque nevado
blanco como sábanas frías, pensando Voy a congelarme ahí dentro.
Mis pies descalzos están ya entumecidos por la nieve
pero el agua
está tibia, me sumerjo y floto
como un cálido animal anfibio
que ha roto la red, ha huido 
a través de campos de nieve sin dejar huella;
esta agua limpia el rastro
-Estás libre ahora
del cazador, el trampero,
los guardianes de la mente-
   
sin embargo el cálido animal sigue soñando
con otro animal
que nada bajo la superficie del estanque, moteada de nieve,
y se despierta, y vuelve a dormir.
   
Nadie duerme en este cuarto sin
el sueño de una lengua común.
   
   
II
   
Fue sencillo conocerte, sencillo tomar tus ojos
en los míos, diciendo: éstos son ojos que he conocido
desde el principio... Fue sencillo tocarte
en contra del historial truncado, a contrapelo de lo que
habíamos sido, las decisiones, los años... Fue hasta sencillo
tomar la vida de la otra en nuestras manos, como cuerpos.
   
Qué no es sencillo: despertar de ahogarse
de donde el océano bate en nuestro interior como una placenta
a esta cotidiana, aguda particularidad,
estos dos seres que caminaron media vida sin tocarse:
despertar a algo engañosamente sencillo: un cristal
empañado por el rocío, un timbrazo del teléfono, un grito
de alguien molido a golpes a lo lejos en la calle
haciendo que cada una de nosotras escuche su propio grito interior,
   
conocedoras de la mente del asaltante y el asaltado
como debe serlo cualquier mujer alerta para sobrevivir a esta ciudad,
este siglo, esta vida...,
habiendo amado cada una de nosotras la carne en su tensa o laxa belleza
más que los árboles o la música (aun amándolos también a ellos
como si fueran carne -que lo son-, mas carne
de seres aún insondables en nuestra vida burdamente literal).
   
   
III
   
Es sencillo despertar del sueño con un extraño,
vestirse, salir, beber café, 
adentrarse en una vida otra vez. No es sencillo
despertar del sueño a la vecindad
de otro ni extraño ni familiar
en quien hemos elegido confiar. Confiar, desconfiar,
nos relajamos a esto, nos dejamos
caer mano sobre mano como en una cuerda que se estremecía 
sobre lo inexplorado... Eso es lo que hicimos. Concebidas
la una por la otra, nos entendíamos la una a la otra en una oscuridad
que recuerdo como inundada de luz.
                            Quiero llamar a esto vida.
   
Pero no puedo llamarlo vida hasta que empecemos a movernos
más allá de este secreto círculo de fuego
donde nuestros cuerpos son gigantescas sombras arrojadas contra una pared,
donde la noche se convierte en nuestra tiniebla interior, y duerme
como una bestia muda, la cabeza entre las patas, en el rincón.
   
   
1972-1974


De "El sueño de una lengua común"
     

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