Con frecuencia, me han preguntado qué me ha hecho ser como soy. Cómo, siendo negra en un país blanco, pobre en una sociedad en la que se adora la riqueza y se busca a toda costa y mujer en un entorno en el que solo los barcos grandes y algunos motores se describen de forma positiva con pronombres femeninos. Cómo he llegado a ser Maya Angelou.
Muchas veces he querido citar a Topsy, la chiquilla negra de La cabaña del tío Tom. He sentido la tentación de responder "No lo sé. Simplemente crecí". Pero nunca he dicho eso, y ha sido así por varias razones. La primera, porque leí el libro al comienzo de mi adolescencia y esa chica negra ignorante me hacía sentir vergüenza. La segunda, porque sabía que me he convertido en la mujer que soy gracias a la abuela a la que quería y a la madre a la que más tarde llegué a adorar.
Su amor me dio forma, me educó y me liberó. Viví con mi abuela paterna desde los tres hasta los trece años. Durante todo aquel tiempo, mi abuela nunca me dio un beso. Sin embargo, cuando estaba acompañada, solía llamarme para lucirme delante de las visitas. Luego me acariciaba los brazos diciendo "Habéis visto unos brazos más bonitos que estos, duros como una tabla y con ese color como de mantequilla de cacahuete?". Otras veces me daba una libreta y un lápiz. Me dictaba números delante de sus acompañantes.
-Bien, hermana, por 242, luego 380, luego 174 y luego 419. Ahora suma todo eso.
Mientras tanto, solía hablarles a las visitas.
-Ahora mirad. Su tío Willie la ha cronometrado. Puede acabarlo en dos minutos. Esperad.
Cuando yo decía la respuesta, ella sonreía con orgullo.
-Lo veis? Mi pequeña profesora.
El amor cura. Cura y libera. No uso la palabra "amor" en un sentido sentimental, sino como una condición tan fuerte que puede ser capaz de sujetar las escaleras que conducen al cielo y de hacer que la sangre fluya correctamente por nuestras venas.
He escrito este libro para examinar algunas de las formas en las que el amor cura y ayuda a una persona a escalar alturas imposibles y a alzarse desde profundidades inconmensurables.
El prólogo a "Mamá y yo y mamá"
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