"Oh, cañones de Francia", escribió Rose Macaulay sobre ese mismo verano en "Picnic, julio de 1917":
Oh, cañones de Francia,
callad, que resonáis en vano. [...]
Pesados laten en el viento del sur
opacos sueños de dolor. [...]
Calla, calla, viento del norte,
no traigas la lluvia. [...]
Yaceremos en silencio en Hurt Hill
y dormiremos una vez más.
Yaceremos en silencio, sí, sin ver ni oír,
mientras los limites del mundo giran y se tambalean,
para que ni nosotros ni nuestros muros, tanto tiempo heridos,
nos rompamos [...] nos rompamos.
No había manera de sustraerse a ese eco; yo formaba parte de una generación maldita que tenía que escuchar y mirar, quisiera o no, y era inútil, a esas alturas, intentar resistirme a mi destino.
De "Testamento de juventud"
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