Sacó de la mesa un tomo gordo en rústica, perteneciente a la "colección" de novelones que tenía el boticario para vendérselos a los viajantes de comercio. Thea lo había comprado el día anterior, porque la primera frase le había interesado mucho y porque vio, mientras lo hojeaba, los nombres mágicos de dos ciudades rusas. El libro era una mala traducción de Anna Karenina. Thea lo abrió donde tenía la señal y fijó la mirada atentamente en la letra pequeña. Olvidó los cánticos, la muchacha enferma, las resignadas figuras de negro. Era la noche del baile en Moscú.
De "El canto de la alondra"
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