30.12.20

Rebecca West. La noche interrumpida

El día era tan agradable que me hizo fantasear con la posibilidad de vivir lentamente, igual que se puede tocar un instrumento con lentitud. Fue hace unos cincuenta años, en un barrio de las afueras de Londres, una calurosa tarde de finales de mayo. Yo estaba con mis dos hermanas -Cordelia y mi gemela Mary- y nuestra prima Rosamund, sentada en el cuarto de estar de nuestra casa de Lovegrove. Hacía un calor de pleno verano y la luz se reflejaba en unas tiras color miel en el suelo, el aire que había sobre ellas titilaba repleto de motas de polvo y las abejas zumbaban alrededor de una rama violeta de viburno que había en un florero sobre la repisa de la chimenea. Las cuatro estábamos sumidas en una sensación de tranquilidad que nunca habíamos experimentado antes y que nunca volveríamos a experimentar después, porque al final de aquel trimestre iba a acabar nuestro paso por el colegio y ya habíamos hecho todos los exámenes que habilitaban nuestra entrada al mundo de los adultos. Nos sentíamos tan felices como unas prisioneras que acaban de huir de la cárcel, y es que todas habíamos odiado la infancia. 


Principio de "La noche interrumpida"
    

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