22.9.21

Teresa Wilms Montt. XIII

   Como se aumentan las ondas del mar a medida que el viento sopla, así aumenta la intensidad de mi dolor cuando, la cabeza entre los brazos, me pongo a recordar.
   Envidio aún a aquellos seres que no tienen pan, pero que poseen lo que toda la riqueza del mundo no me puede dar.
   Alguien que los ame; que escuche con ternura sus quejas a la vida, y comparta maravillado los raros momentos de felicidad.
   En la soledad de mi alcoba jamás encuentro la prueba de que mi existencia sea grata a otro ser; no hay nada que me diga: "Descansa, que vives en otro corazón".
   Si lloro mis lágrimas se congelan. Ya saben ellas que nadie vendrá a enjuagarlas. Si me desespero, yo sola me consuelo, imponiéndome tiránica voluntad.
   Y así vivo; siempre inquieta, siempre sola, engañándome con ilusiones que no tengo, como los niños que juegan con su caballito de palo creyéndolo de verdad.
   Qué le importa al mundo ver a un sonámbulo de dolor? No les toca el corazón. Más bien se entretienen en mirarlo, como a una curiosidad.
   Solo tienen alma aquellos seres que sufren; solo ellos pueden comprender los sollozos de otro ser y estrechar, con honda compasión, la mano huérfana de caricias.
   Son tan repetidas las noches en que, hundida la cabeza entre los brazos, me pongo a recordar...


De "Inquietudes sentimentales"

     

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